El subrayado como estrategia de lectura.
Ricardo Piglia
A principios de enero, después de jornadas intensivas,
terminé la lectura de El oficio de vivir,
incluido en la colección de 1979: Narradores
de hoy, editado por Bruguera Alfaguara y traducido por Esther Benítez. Su autor, Cesare Pavese, de origen italiano y fuertemente asociado al movimiento
antifascista, se suicidó en el hotel Roma el 27 de agosto de 1950, no sin antes legarnos este descarnado testimonio de
soledad, amor y muerte. El oficio de vivir registra la vida del intelectual entre
1935 y 1950. Las lecturas, de todo tipo, que se han hecho de la obra, han
fijado especial atención en las causas del suicidio del escritor de Turín. Sin
embargo, de especial relevancia son las reflexiones acerca de las
condiciones de la creación artística, la búsqueda de un auténtico
significado de la poesía, las frustraciones y desilusiones como materia prima
del oficio del creador y, como no, sus desencuentros amorosos. Otro tema que
subyace es el sentido de la escritura, ¿se puede acaso seguir viviendo sin ella?. El
18 de agosto, días antes de su muerte, el diarista registra: “No más palabras.
Un gesto. No escribiré más”.
Fiel a un hábito de lectura que he practicado durante
años, transcribo enseguida los fragmentos más fuertes del libro, con el ánimo de
motivar una aproximación a esta importante obra literaria:
“¿Qué me hace sufrir de ella? El día que alzaba el brazo sobre la avenida asfaltada, el día que no venían a abrir y después apareció con el pelo revuelto, el día que hablaba bajito con él, en el terraplén, las mil veces que me metió prisa. Pero esto ya no es estética, son lamentos. Quería enumerar los menudos y hermosos recuerdos, y solo recuerdo angustias”.
“La consabida tragedia: sabe hacerse amar sólo quien sabe hacerse odiar, por la misma persona”.
“Han transcurrido nueve años y ¿yo sigo respondiendo tan infantilmente a la vida?
“De lo cual se aprende que el único modo de huir del abismo es mirarlo y medirlo y sondearlo y bajar a él”.
“El verdadero raté [fracasado] no es el que no tiene éxito en las grandes cosas -¿quién lo ha tenido nunca?-, sino en las pequeñas. No llegar a construir una casa, no conservar a un amigo, no contentar a una mujer, no ganarse la vida como todo el mundo. Ese es el raté más triste”.
“Hoy has hablado demasiado”.
“Si te ha ido mal con ella, que era todo tu sueño ¿con quién podrá ir bien nunca?”.
“Piensa que tienes un mérito, te las arreglas solo. Se te tendrá en cuenta”.
“Los hombres que tienen una tormentosa vida interior y que no buscan desahogo en sus palabras o en sus escritos, son simplemente hombres que no tienen una tormentosa vida interior”.
“Dadle una compañía al solitario y hablará más que nadie”.
“Tanto dolerse por la pérdida de una compañía; podíamos no haber encontrado nunca a esa persona; con que podemos prescindir de ella”.
“Al leer no buscamos ideas nuevas, sino pensamientos ya pensados por nosotros, que adquieren en la página un sello de confirmación. Nos impresionan las palabras de nosotros que resuenan en una zona ya nuestra –y que ya vivimos- y que al hacerla vibrar nos permiten apresar nuevos atisbos en nuestro interior”.
“La madurez es también esto: no buscar ya afuera, sino dejar que hable, con su ritmo, que es el único que importa, la vida íntima”.
“Se deja de ser joven cuando se distingue entre uno mismo y los otros. La juventud es no poseer el propio cuerpo. Madurez es el aislamiento que se basta a sí mismo”.
“El arte de vivir es el arte de arreglárnoslas de modo que no necesitemos invitar a las cosas y a las personas, sino que vengan a nosotros. Para obtener esto no basta despreciarlas, pero es preciso también despreciarlas”.
“Cualquier sufrimiento que no sea al mismo tiempo conocimiento es inútil”.
“La parte que sufre de nosotros es siempre la parte inferior. Al igual que la parte que goza, por lo demás solamente la parte serena es superior”.
“La vitalidad creadora está hecha de una reserva de pasado. La creación surge –incluso en nosotros- cuando se tiene un pasado”.
“La creación nace de la innumerable repetición de un acto que a fuerza de rutina se vuelve fastidioso. Después viene un periodo de extravío, de tedio. Entonces el acto olvidado por su trivialidad resucita como un milagro, como revelación, y ahí tenemos el impulso creador”.
“Un pasado debe ser tan familiar que lo podamos revivir mecánicamente y tan inesperado que nos asombre cada vez que volvamos sobre él: entonces es adecuado para la fantasía”
“La autocrítica es un medio de superarse a sí mismo”
“La ascesis, que cosiste en apartarse de las cosas profanas, para acercarse a las sagradas, cambia de aspecto. Es preciso apartarse de todo, para acercarse a todo. Gozar de todas las cosas profanas, pero con sagrado despego. Con corazón puro”.
En septiembre del 2020 emprendí la lectura de Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo
Piglia, publicado en el 2016 por la editorial Anagrama. Un diario, como se
sabe, es el registro de las experiencias vividas por el autor, sus reflexiones
acerca de temas específicos. Pero también es una forma de verbalizar sus angustias, sus miedos, sus frustraciones, y de paso, el curso que van tomando sus
relaciones con los demás; con el mundo. Este tipo de escritura confesional se
ha consolidado como género literario susceptible de análisis en el mundo de las
letras. Desde San Agustín hasta Kafka se ha venido hablando del género y también se han analizado sus condiciones y sus límites. Lo que más sobresale de
este libro es la correspondencia existente entre vida y literatura ya que estos dos
tópicos se atraen, se complementan, se rechazan, pero en definitiva, dicha correspondencia, es lo que va conformando
un entramado que conlleva a una reflexión profunda sobre la naturaleza de la
literatura. Dice Renzi: "La literatura es experiencia”, y esto porque, para
Piglia, no solo en sus diarios sino en el resto de su obra, nunca se podría: "escribir un relato que no tenga en el fondo una experiencia propia”.
Animada por la convicción de que todos tenemos un
diario personal, comparto a continuación aquellos fragmentos del libro que nutren esta idea:
"Si recuerdo las circunstancias en las que estaba con un libro, eso es para mí la prueba de que fue decisivo. No necesariamente son los mejores ni los que me han influido: pero son los que han dejado una marca. Voy a seguir ese criterio mnemotécnico, como si no tuviera más que esas imágenes para reconstruir mi experiencia. Un libro en el recuerdo tiene una cualidad íntima, sólo si me veo a mí mismo leyendo. Estoy afuera, distanciado, y me veo como si fuera otro (más joven siempre). Por eso, quizá pienso ahora, aquella imagen —hacer como que leo un libro en el umbral de la casa de mi infancia— es la primera de una serie y voy a empezar ahí mi autobiografía".
"La obsesión se construye, dice mi padre, he visto construirse obsesiones como castillos de arena, sólo se necesita un acontecimiento que nos altere drásticamente la vida. Un acontecimiento o una persona, dice mi padre, de los que no podamos discernir si nos ha cambiado la vida para bien o para mal. La estructura de una paradoja, dice Steve, un acontecimiento doble o vacilante en su ser. Nos marca, pero es moralmente ambiguo. La gente se mueve hacia el futuro, dice mi padre, descentrada, sin orientación, fuera del camino en el que se movió en el pasado. Una amputación, dice mi padre, del sentido de la orientación. La obsesión nos hace perder el sentido del tiempo, uno confunde el pasado con el remordimiento".
“La cárcel es una fábrica de relatos, dice mi padre. Todos cuentan, una y otra vez, las mismas historias. Lo que han hecho antes, pero sobre todo lo que van a hacer. Se escuchan unos a otros, compasivamente. Lo que importa es narrar, no importa si la historia es imposible o si nadie la cree”.
“Está clara la razón por la que he vuelto a escribir en estos cuadernos, en febrero, cuando la vi. De esos hechos podríamos extraer una poética. Para escribir es preciso no sentirse acomodado en el mundo, es un escudo para afrontar la vida (y hablar de eso)”.
“Mantiene su biblioteca en la casa de la hermana para asegurarse de que no la perderá si en algún momento llega a casarse, como dice, y luego tiene que dividir los bienes al divorciarse”.
“Lo mejor es trabajar las ideas: cuando escribo me dejo llevar y siempre sale otra cosa. Yo tendría que pasarme la vida pensando. Mejor, yo tendría que tener la facultad mágica de que cuando pienso algo, se escriba solo”.
"Pero, como siempre ha pasado en mi vida, lo que verdaderamente me convenció fueron los libros”.
“La literatura es experiencia y no conocimiento del mundo”.
“Yo conozco la selva en la que vivo pero insisto en actuar como si estuviera en un parque de diversiones”.
"A veces quisiera volver a ciertas épocas de mi vida y vivirlas con la conciencia que tengo ahora. Por ejemplo, empezar de nuevo la historia en 1956. Es una rara ilusión porque no sería nada si no fuera por el modo en que viví aquellos tiempos; esa superstición es un efecto de la literatura".
“Trato dificultosamente de «hacerme a la idea» de que Inés no existe más y se va alejando de mí como si retrocediera en el tiempo hasta convertirse en una desconocida. Pasarán días y días, experiencias diversas que la convertirán en otra persona distinta de la que yo he querido".
“Hay que saber entre líneas para encontrar el camino”.
“Para olvidar las necesidades hay que aprender a vivir en el presente”.
“Con respecto a la relación entre vida y literatura, hay que ver de qué lado pone uno el signo positivo: ver la literatura desde la vida es considerarla un mundo cerrado y sin aire; en cambio, ver la vida desde la literatura permite percibir el caos de la experiencia y la carencia de una forma y de un sentido que permita soportar la vida”.
“Solo un alma grande se atreve a tener un estilo simple”.
“El primer libro es el único que importa, tiene la forma de un rito de iniciación, un pasaje, un cruce de un lado al otro. La importancia del asunto es meramente privada pero nunca se puede olvidar, estoy seguro, la emoción de ver por primera vez un libro impreso con lo que uno ha escrito. Después, hay que tratar de no convertirse en un escritor”.
“La idea es que la autobiografía es una forma que todos en algún momento practicamos, deliberadamente o no. No podemos vivir si de vez en cuando no nos detenemos a hacer un resumen narrativo y tangencial de nuestra vida. Localizar esos momentos, cuando están escritos, va a ser el concepto de esta antología. Sorprender a los protagonistas en el momento en que se refieren a sí mismos".
“Eso
es narrar, dijo después, tirarse al vacío y confiar en que algún lector lo
sostendrá en el aire”.
A mediados de febrero de este año, terminé la lectura del libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo, publicado por la editorial española Siruela en 2019. Este ensayo de 449 páginas reconstruye, como el subtítulo lo indica, la génesis de este invento tan poderoso, y que, a nosotros, lectores del siglo XXI, nos parece tan natural: el libro. Este ensayo histórico que se alimenta de la narrativa para tejer la urdimbre que lo sustenta, no solamente nos habla de esa invención, sino que, y esto es lo más valioso, entabla un diálogo entre el pasado y el presente, entre los héroes, filósofos, políticos y demás personajes que poblaron el mundo antiguo, con el lector moderno. También aborda el hecho de que cada vez, y a pesar de la tecnología y del apocalíptico pensamiento del fin del libro, está más vigente la lectura y el libro como estandarte de la cultura. No quiere decir que la comunidad de lectores haya aumentado, más bien, quiere decir que, a pesar de ello, prevalece aún esta singular comunidad. Y eso se sustenta porque aun las viejas historias, los relatos fundacionales y los clásicos, si bien bajo otros aspectos, están presentes en nuestra vida moderna. Más que un ensayo, El infinito en un junco es una declaración de amor hacia los libros y hacia el conocimiento.
Como ya es costumbre, transcribo esos fragmentos que reclamaron
más mi atención lectora y los comparto para promover su lectura:
“El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un
corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras
revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía
ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el
martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada
mejor”
“Pensé en las fantásticas maldiciones lanzadas a lo largo de la historia
contra los ladrones de libros, textos oscuramente imaginativos que me atraen de
forma inexplicable, quizá porque idear una buena maldición no está al alcance
de cualquiera. Una antología todavía por escribir debería empezar por las
amenazadoras palabras inscritas en la biblioteca del monasterio de San Pedro de
las Puellas de Barcelona, que encuentro citadas en Una historia de la
lectura, de Alberto Manguel: «Para aquel que roba, o pide prestado un libro
y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe en la mano y lo desgarre.
Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor,
suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que
perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el
remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo
eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre”.
“A mí me sorprende y me fascina que la cultura popular no lo abandone
como un fósil de otros tiempos. En los lugares más inesperados, me he tropezado
con incondicionales de Alejandro capaces de dibujar sobre una servilleta un
croquis rápido de los movimientos de tropas de sus grandes batallas. La música
de su nombre sigue sonando. Caetano Veloso le dedica «Alexandre» en su disco Livro,
mientras que los británicos Iron Maiden titularon «Alexander the Great» uno de
sus temas más legendarios. El fervor por esta pieza de heavy metal es
casi sagrado: la banda de Leyton nunca la interpreta en vivo, y entre los fans
circula el rumor de que solo sonará en su último concierto. En casi todo el
mundo, la gente sigue llamando a sus hijos Alejandro —o Sikander, que es la
versión árabe del nombre—, en memoria del guerrero. Cada año se imprime su
efigie en millones de productos que el auténtico Alejandro ni siquiera sabría
usar, como camisetas, corbatas, fundas de móvil o videojuegos”.
“Los libros ocultan historias increíbles de supervivencia; en raras ocasiones —los incendios de Mesopotamia y Micenas, los vertederos de Egipto, la erupción del Vesubio—, las fuerzas destructivas los han salvado”.
“Es una gran paradoja: provenimos de un mundo perdido al que solo
podemos asomarnos cuando desaparece. Nuestra imagen de la oralidad procede de
los libros. Conocemos las palabras aladas a través de su contrario, las
palabras inmóviles de la escritura. Una vez transcritas, esas narraciones
perdieron para siempre su fluidez, su elasticidad, la libertad de improvisación
y, en muchos casos, su lenguaje característico. Salvar aquella herencia exigió
herirla de muerte”.
“Qué
antiguo puede llegar a ser el futuro”.
“He crecido, pero sigo manteniendo una relación muy narcisista con los
libros. Cuando un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí,
cuando comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la
seguridad —íntima, solitaria— de que su autor ha cambiado mi vida, vuelvo a
creer que yo, especialmente yo, soy la lectora a quien ese libro andaba
buscando”.
“La gran ironía de todo este asunto es que Platón explicó el menosprecio
del maestro por los libros en un libro, conservando así sus críticas contra la
escritura para nosotros, sus lectores futuros”.
“Durante la Antigüedad, cuando todavía perduraban destellos de la cultura oral, cuando había menos libros y se releían más, no era extraño que los lectores aprendieran obras enteras de memoria. Sabemos que los rapsodas recitaban en varias sesiones los quince mil versos de la Ilíada y los doce mil de la Odisea”.
“Un médico romano del siglo II, llamado Antilo, llegó más lejos,
afirmando incluso que memorizar libros era bueno para la salud. Sostenía una
divertida y extravagante teoría al respecto. Quienes nunca han hecho el esfuerzo
de memorizar un relato, unos versos, un diálogo —decía— tienen mayores dificultades
para eliminar de su cuerpo ciertos fluidos perjudiciales. En cambio, los que
pueden recitar largos textos de memoria expulsan sin problemas esas sustancias
dañinas mediante la respiración”.
“Ya desde tiempos de Marcial, los libreros ejercen un oficio de riesgo.
El poeta pudo presenciar en Roma la ejecución de Hermógenes de Tarso, un
historiador que molestó al emperadorDomiciano con ciertas alusiones contenidas
en su obra. Para mayor escarmiento, sufrieron también pena de muerte los
copistas y libreros que pusieron en circulación el volumen maldito. Suetonio
explicó la condena de estos últimos con unas palabras que no necesitan
traducción: librariis cruci fixis”.
“[L]os clásicos son libros que, cuanto más creemos conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad. Nunca terminan de decir lo que tienen que decir. Naturalmente, esto ocurre cuando emocionan y alumbran a quien los lee. No han sido los lectores coaccionados quienes han protegido esos textos como talismanes en las largas épocas de peligro, sino los enamorados”.
En este último fragmento Vallejo cita a Hannah Arendt: “El pasado no lleva hacia atrás sino que impulsa hacia delante y, en
contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el
pasado”.
LA CÁRCEL
Hace unos días, releí en una noche, la obra póstuma de Jesús Zarate Moreno: La cárcel. Esta obra fue galardona con el premio planeta en 1972. Es una novela escrita en forma de diario (o un diario novelado), divido en tres partes de marcada influencia Kafkiana, a saber: La rata, El garrote y El proceso. Cada día registrado va acompañado de un epígrafe, que lejos de ser una pose erudita, cumple una función dentro de la trama del relato. Frases como: “Esta es la definición de la ley, algo que puede ser violado” tomada de Chesterton, o mejor aún: “Ser libre no es querer hacer lo que se quiere, sino querer hacer lo que se puede” de Sartre, van en correspondencia directa con los temas fundamentales que desvelan a Antón Castán, protagonista y escritor de la historia (dentro de la historia). La justicia, la inocencia, la ley, la tragedia, el crimen, la muerte, el amor, pero más importante que los anteriores: la libertad y la cárcel, son materia de vida, alimento para sobrellevar el tiempo en prisión.
Transcribo los subrayados que mejor vienen a consolidar la lectura de este relato:
“La cárcel me ha despojado de todo, menos de una convicción que sobrevive
aún en el seno de mi conciencia, y es que todavía puedo parecerme a un hombre
libre”.
“La rata es un animal acorralado. La rata es como yo. En la zoología
social mi solidaridad con ella proviene que la rata es también un ser
perseguido. Tenemos un vínculo recóndito. Somos de la raza de lo que huyen, del
grupo de los que caen en trampas, de la especie de los cazados de la familia de
los que no deben vivir".
“Lo grave de la cárcel no es que esclavice nuestro cuerpo, sino que nos
aplaste con la mole momificadora del sueño forzado, que es el que más se parece
al sueño eterno”.
“Mister Alba divide el mundo en dos partes: lo que pertenece a la cárcel
y lo que está fuera de ella”".
“Los presos son hombres que callan. La cárcel son piedras que gritan”.
“Buscar justicia en el código penal es como buscar humanidad en una
lista telefónica”
“La libertad es la cárcel”
“Solo leo libros de presos”
“La cárcel es el único refugio que le queda a la filosofía, porque es la
única torre de marfil que le queda al mundo”
“Para olvidar este mal olor de los vivos esta noche tendré que silbarle
a los muertos".
“En la cárcel lo cómico vive pisándole los talones a lo trágico”.
“La ley es para los hombres libres".
“Los indiferentes caminan abrumados, un poco como aquí dentro caminan
los presos. Lo que me duele de ellos es que caminen por las calles sin gozar de
su libertad, casi sin darse cuenta de que son libres”
"La ciudad rodea la cárcel, como si se nutriera de ella, y a la vez como si tuviera miedo de ella"
“La cárcel es la prueba de la libertad. Soy libre, luego puedo estar
prisionero”.
“-¿Cómo va a provechar la libertad? ¿Qué va a hacer?
- Pienso sentarme a la orilla de
un camino solitario, y sentirme libre, y mirar el cielo, y sonreír. Eso es todo
lo que pienso hacer”.
“La cárcel es la mitad del camino entre la libertad y el manicomio”.