domingo, 10 de marzo de 2024

Pensar la lectura y la escritura en la educación superior 
Por Andre Abril
10 de marzo de 2024


El lector, Pierre Auguste Renoir




La educación superior representa una etapa crucial en el desarrollo académico y personal de los individuos. En este contexto, la lectura y la escritura se erigen como habilidades fundamentales que no solo facilitan el acceso al conocimiento, sino que también promueven el pensamiento crítico, la comunicación efectiva y el desarrollo de ideas propias. Este ensayo explora la relevancia de la lectura y la escritura en la educación superior, destacando su impacto en el aprendizaje, la construcción de conocimiento y la formación integral de los estudiantes. La lectura es el vehículo principal a través del cual los estudiantes acceden a la vasta cantidad de información disponible en la educación superior. La diversidad de textos, desde libros de texto hasta artículos académicos, permite a los estudiantes explorar diferentes perspectivas y enfoques dentro de sus campos de estudio. La lectura crítica, en particular, se convierte en una herramienta esencial para evaluar la calidad de la información, discernir argumentos válidos y desarrollar un pensamiento analítico. Además, la lectura en la educación superior fomenta la reflexión y el cuestionamiento.

Los estudiantes deben aprender a interrogar las ideas presentadas en los textos, a identificar posibles sesgos y a formar opiniones informadas. Este proceso no solo contribuye al desarrollo intelectual, sino que también nutre la capacidad de los estudiantes para participar de manera significativa en debates académicos y sociales. La escritura, por otro lado, se posiciona como una herramienta clave para la expresión y consolidación de las ideas. A través de la escritura académica, los estudiantes aprenden a organizar sus pensamientos de manera coherente, a argumentar de manera persuasiva y a comunicar de manera efectiva sus descubrimientos.

 La habilidad para redactar ensayos, informes y proyectos de investigación no solo es esencial en el ámbito académico, sino que también se traduce en una habilidad transferible valiosa en el ámbito profesional. En el entorno universitario, la escritura se convierte en una herramienta de evaluación crucial. La capacidad de expresar ideas de manera clara y estructurada es un indicador no solo del dominio de un tema, sino también de la capacidad del estudiante para contribuir al conocimiento de manera significativa. La escritura académica también desarrolla la habilidad de los estudiantes para citar fuentes, respaldar sus argumentos con evidencia y participar en un diálogo académico continuo. La lectura y la escritura en la educación superior no solo están relacionadas con la adquisición de conocimientos específicos, sino que también contribuyen al desarrollo de habilidades cognitivas y metacognitivas. La capacidad de analizar textos, sintetizar información y expresar ideas de manera efectiva son habilidades que trascienden las disciplinas académicas y preparan a los estudiantes para enfrentar los desafíos intelectuales y profesionales en diversos contextos.

En conclusión, la lectura y la escritura desempeñan un papel crucial en la educación superior, contribuyendo al desarrollo integral de los estudiantes. Estas habilidades no solo facilitan el acceso al conocimiento, sino que también promueven el pensamiento crítico, la comunicación efectiva y la participación activa en el proceso de construcción del conocimiento. La capacidad de leer y escribir de manera competente no solo es esencial para el éxito académico, sino que también se traduce en habilidades transferibles que benefician a los individuos a lo largo de sus vidas personales y profesionales.

jueves, 1 de abril de 2021

Penas y cadenas: una lectura desde lo social







¿Qué inspiró la realización de esta apasionante, pero desgarradora investigación?

💬  Siguiendo a los colonos, llegué a la coca; siguiendo la coca, al narcotráfico y por ahí, llegué a las cárceles, la esencia del país, su más fiel reflejo. 

 

¿Qué tan cercana a la realidad es esta versión teatral con respecto a la historia original que inspiró este libro?

💬  Podría decir que es tan fiel que da miedo. Por momentos uno siente que la violencia va a salirse del escenario y se toma la galería entera.

 

¿Cuál cree usted que ha sido el impacto sobre el ciudadano común, y la sociedad en general, de un libro como "Penas y Cadenas" que evidencia una realidad poco difundida?

💬  No ha sido muy leído. La editorial Planeta no lo difundió mucho y además, sospecho que el Inpec compro una gran cantidad para enterrarlo. Ustedes han sido los exhumadores de esa tragedia

 

Su trayectoria se ha caracterizado por visibilizar problemáticas poco difundidas frente a la opinión pública. De esas investigaciones ¿cuál ha sido la historia que más lo ha impactado y por qué?

💬  No tengo ni hijos ni criaturas preferidas, pero yo me quedo, si tengo que quedarme, con El Barco Turco en Desterrados

 

Cuéntenos sobre su época de exilio entre el 2001 y 2002 ¿por qué tiene que salir del país, y cómo vio a Colombia desde la distancia?

💬 Salgo por las amenazas de militares y paramilitares. En el fondo lo hago por miedo a que por quebrarme a mí, algo le pasara a mi gente. Desde afuera el país cobra una dimensión más trágica porque se pone de relieve con otros países o con otras historias como la Guerra Civil española

 

Desde su preceptiva de docente, ¿Cómo ve a la universidad colombiana y las posibles reformas que quiere impulsar el Gobierno Nacional?

💬  A la larga privatizaran la universidad como privatizaron la salud, la seguridad. Donde hay negocio, ahí está el capital. Terminará subordinando la escuela y la universidad porque el sistema no quiere sabios sino operarios obedientes que sepan hacer lo que se les manda. Cositas que rindan las utilidades

 

Desde su perspectiva de columnista ¿Qué tan valiosa ha sido su columna en El Espectador para visibilizar ciertas temáticas?

💬  Ayuda a crear un circuito de amigos de la utopía.

 

*Entrevista hecha por NotiCentral a Alfredo Molano en el marco del estreno de la adaptación teatral de su libro Penas y Cadenas.










PENAS Y CADENAS 

Desde sus primeros trabajos en la década de los ochenta, Alfredo Molano mantuvo una clara línea de investigación y, por ende, de escritura. Comprometido con develar la realidad del gran contexto colombiano que, desde diversos ámbitos de la sociedad, se seguía negando o minimizando:  el narcotráfico, el conflicto armado, el extremo abandono por parte del estado de muchas comunidades, ente otros, siempre fueron temas de interés. Para el autor de Desterrados: crónicas del desarraigo (2001), fue muy importante mostrar, con un increíble carácter literario y,  usando diferentes voces narrativas, la experiencia de la violencia en nuestro país, y cómo ha destruido y afectado a una cantidades de individuos, de familias y de comunidades colombianas. En esta oportunidad, se desea hacer referencia a su crónica:  Penas y Cadenas (2004), donde se recrea con una voz descarnada y sincera la realidad de las cárceles colombianas. Ese gran mundo dentro del mundo: muertes, violencia, abusos sexuales, corrupción, personajes escindidos por un contexto que los sobrepasa cuentan historias llenas de sangre, violencia y desamor, todos los relatos unidos por el mismo vaso comunicante: La cárcel. 









MODELO ESTÉREO


En el año 2014 el colectivo de artes audiovisuales Mario Grande emprende un ambicioso proyecto en la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá, penitenciaría que fue considerada hace poco más de diez años como la más peligrosa del mundo. En este documental, sin embargo, y a pesar de la violencia, resalta la música como espacio para la libre expresión de los sentimientos y experiencias de sus personajes condenados a permanecer en un lugar lleno de desesperanza y frustración. Módelo Estéreo fue estrenada en el 2018 y aporta una gran mirada a ese mundo que la sociedad prefiere darle la espalda.




La solitude s'est organisée pour qui'il pousse en elle


miércoles, 3 de marzo de 2021

LECTURAS

 

El subrayado como estrategia de lectura. 


"La lectura es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos"

Ricardo Piglia






EL ÚLTIMO LECTOR


"Un lector es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente. En la clínica del arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor". 

"La pregunta «qué es un lector» es, en definitiva, la pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta —para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales— es un relato: inquietante, singular y siempre distinto".

"La vida no se detiene, diría Kafka, solo se separa del que lee, sigue su curso. Hay cierto desajuste que, paradójicamente, la lectura vendría a expresar". 

"La pregunta «qué es un lector» es también la pregunta sobre cómo le llegan los libros al que lee, cómo se narra la entrada en los textos. Libros encontrados, prestados, robados, heredados, saqueados por los indios, salvados del naufragio (como el ejemplar de la Biblia y los libros en portugués que Robinson Crusoe —ya sabemos que ha vivido unos años en Brasil— rescata entre los restos del barco hundido y se lleva a la isla desierta), libros que se alejan y se pierden en la llanura". 

"¿Qué lee, dónde, por qué, cuándo, en qué situación?" 

"La lectura, ya lo dijimos, está asimilada con el aislamiento y la soledad, con otro tipo de subjetividad"


"Porque Kafka descubre un nuevo modo de leer: la literatura le da forma a la experiencia vivida, la constituye como tal y la anticipa".

"Dupin es antes que nada un gran lector, un nuevo tipo de lector, decíamos. Como en Hamlet, como en don Quijote, la melancolía es una marca vinculada en cierto sentido a la lectura, a la enfermedad de la lectura, al exceso de los mundos irreales, a la mirada caracterizada por la contemplación y el exceso de sentido. Pero no se trata de la locura, del límite que produce la lectura desde el ejemplo clásico del Quijote, sino de la lucidez extrema. Dupin es la figura misma del gran razonador. La lectura no es aquí la causa de la enfermedad, o su signo; más bien toma la forma de una diferencia, de un rasgo distintivo; parece más un efecto de la extrañeza que su origen".

"El que pierde tiene la distancia para ver lo que los triunfadores no ven".


"Hay una tensión entre el acto de leer y la acción política. Cierta oposición "implícita entre lectura y decisión, entre lectura y vida práctica. Esa tensión entre la lectura y la experiencia, entre la lectura y la vida, está muy presente en la historia que estamos intentando construir. Muchas veces lo que se ha leído es el filtro que permite darle sentido a la experiencia; la lectura es un espejo de la experiencia, la define, le da forma". 


"Guevara encuentra en el personaje de London el modelo de cómo se debe morir. Se trata de un momento de gran condensación. No estamos lejos de don Quijote, que busca en las ficciones que ha leído el modelo de la vida que quiere vivir. De hecho, Guevara cita a Cervantes en la carta de despedida a sus padres: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo». No se trataría aquí solo del quijotismo en el sentido clásico, el idealista que enfrenta lo real, sino del quijotismo como un modo de ligar la lectura y la vida. La vida se completa con un sentido que se toma de lo que se ha leído en una ficción".


"Si el narrador es el que transmite el sentido de lo vivido, el lector es el que busca el sentido de la experiencia perdida".


"La lectura se opone a un mundo hostil, como los restos o los recuerdos de otra vida". 

"La distancia, el aislamiento, el corte, aparecen metaforizados en el que se abstrae para leer. Y eso se ve como contradictorio con la experiencia política, una suerte de lastre que viene del pasado, ligado al carácter, al modo de ser. En distintas oportunidades Guevara se refiere a la capacidad que tenía Fidel Castro para acercarse a la gente y establecer inmediatamente relaciones fluidas, frente a su propia tendencia a aislarse, separarse, construyéndose un espacio aparte. Hay una tensión entre la vida social y algo propio y privado, una tensión entre la vida política y la vida personal. Y la lectura es la metáfora de esa diferencia".


Sartre lo ha dicho bien: «¿Por qué se leen novelas? Hay algo que falta en la vida de la persona que lee, y esto es lo que busca en el libro. El sentido es evidentemente el sentido de su vida, de esa vida que para todo el mundo está mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca de la cual, al mismo tiempo, quienes la viven saben bien que podría ser otra cosa».


"Siempre hay una isla donde sobrevive algún lector, como si la sociedad no existiera. Un territorio devastado en el que alguien reconstruye el mundo perdido a partir de la lectura de un libro"

"La regla que se impone es clara: antes de actuar, hay que leer."


"El lector ideal es el que está fuera de la sociedad". 

"Un lector sería entonces el que encuentra el sentido en un libro y preserva un resto de la tradición en un espacio donde impera otra serie (el terror, la locura, el canibalismo) y otro modo de leer los signos (del que la huella de un pie en la arena sería un ejemplo). En un sentido, podemos pensar que sin la lectura el náufrago se animaliza".

"Dos son, entonces, los grandes mitos de lector en la novela moderna: el que lee en la isla desierta y el que sobrevive en una sociedad donde ya no hay libros". 

Nabokov lo señala con claridad: «El buen lector, el lector admirable no se identifica con los
personajes del libro, sino con el escritor que compuso el libro».




   
 EL OFICIO DE VIVIR

A principios de enero, después de jornadas intensivas, terminé la lectura de El oficio de vivir, incluido en la colección de 1979: Narradores de hoy, editado por Bruguera Alfaguara y traducido por Esther Benítez. Su autor, Cesare Pavese,  de origen italiano y fuertemente asociado al movimiento antifascista, se suicidó en el hotel Roma el 27 de agosto de 1950, no sin antes legarnos este descarnado testimonio  de soledad, amor y muerte. El oficio de vivir registra la vida del intelectual entre 1935 y 1950. Las lecturas, de todo tipo, que se han hecho de la obra, han fijado especial atención en las causas del suicidio del escritor de Turín. Sin embargo, de especial relevancia son las reflexiones acerca de las condiciones de la creación artística, la búsqueda de un auténtico significado de la poesía, las frustraciones y desilusiones como materia prima del oficio del creador y, como no, sus desencuentros amorosos. Otro tema que subyace es el sentido de la escritura, ¿se puede acaso seguir viviendo sin ella?. El 18 de agosto, días antes de su muerte, el diarista registra: “No más palabras. Un gesto. No escribiré más”. 

Fiel a un hábito de lectura que he practicado durante años, transcribo enseguida los fragmentos más fuertes del libro, con el ánimo de motivar una aproximación a esta importante obra literaria: 


“¿Qué me hace sufrir de ella? El día que alzaba el brazo sobre la avenida asfaltada, el día que no venían a abrir y después apareció con el pelo revuelto, el día que hablaba bajito con él, en el terraplén, las mil veces que me metió prisa. Pero esto ya no es estética, son lamentos. Quería enumerar los menudos y hermosos recuerdos, y solo recuerdo angustias”.

“La consabida tragedia: sabe hacerse amar sólo quien sabe hacerse odiar, por la misma persona”.

“Han transcurrido nueve años y ¿yo sigo respondiendo tan infantilmente a la vida?

“De lo cual se aprende que el único modo de huir del abismo es mirarlo y medirlo y sondearlo y bajar a él”.

“El verdadero raté [fracasado] no es el que no tiene éxito en las grandes cosas -¿quién lo ha tenido nunca?-, sino en las pequeñas. No llegar a construir una casa, no conservar a un amigo, no contentar a una mujer, no ganarse la vida como todo el mundo. Ese es el raté más triste”.

“Hoy has hablado demasiado”.

“Si te ha ido mal con ella, que era todo tu sueño ¿con quién podrá ir bien nunca?”.

“Piensa que tienes un mérito, te las arreglas solo. Se te tendrá en cuenta”.

“Los hombres que tienen una tormentosa vida interior y que no buscan desahogo en sus palabras o en sus escritos, son simplemente hombres que no tienen una tormentosa vida interior”.

“Dadle una compañía al solitario y hablará más que nadie”.

“Tanto dolerse por la pérdida de una compañía; podíamos no haber encontrado nunca a esa persona; con que podemos prescindir de ella”.

“Al leer no buscamos ideas nuevas, sino pensamientos ya pensados por nosotros, que adquieren en la página un sello de confirmación. Nos impresionan las palabras de nosotros que resuenan en una zona ya nuestra –y que ya vivimos- y que al hacerla vibrar nos permiten apresar nuevos atisbos en nuestro interior”.

“La madurez es también esto: no buscar ya afuera, sino dejar que hable, con su ritmo, que es el único que importa, la vida íntima”.

“Se deja de ser joven cuando se distingue entre uno mismo y los otros. La juventud es no poseer el propio cuerpo. Madurez es el aislamiento que se basta a sí mismo”.

“El arte de vivir es el arte de arreglárnoslas de modo que no necesitemos invitar a las cosas y a las personas, sino que vengan a nosotros. Para obtener esto no basta despreciarlas, pero es preciso también despreciarlas”.

“Cualquier sufrimiento que no sea al mismo tiempo conocimiento es inútil”.

“La parte que sufre de nosotros es siempre la parte inferior. Al igual que la parte que goza, por lo demás solamente la parte serena es superior”.

“La vitalidad creadora está hecha de una reserva de pasado. La creación surge –incluso en nosotros- cuando se tiene un pasado”.

“La creación nace de la innumerable repetición de un acto que a fuerza de rutina se vuelve fastidioso. Después viene un periodo de extravío, de tedio. Entonces el acto olvidado por su trivialidad resucita como un milagro, como revelación, y ahí tenemos el impulso creador”.

“Un pasado debe ser tan familiar que lo podamos revivir mecánicamente y tan inesperado que nos asombre cada vez que volvamos sobre él: entonces es adecuado para la fantasía”

“La autocrítica es un medio de superarse a sí mismo”

“La ascesis, que cosiste en apartarse de las cosas profanas, para acercarse a las sagradas, cambia de aspecto. Es preciso apartarse de todo, para acercarse a todo. Gozar de todas las cosas profanas, pero con sagrado despego. Con corazón puro”.







LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI


En septiembre del 2020 emprendí la lectura de Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia, publicado en el 2016 por la editorial Anagrama. Un diario, como se sabe, es el registro de las experiencias vividas por el autor, sus reflexiones acerca de temas específicos.  Pero también es una forma de verbalizar sus angustias, sus miedos, sus frustraciones, y de paso, el curso que van tomando sus relaciones con los demás; con el mundo. Este tipo de escritura confesional se ha consolidado como género literario susceptible de análisis en el mundo de las letras. Desde San Agustín hasta Kafka se ha venido hablando del género y también se han analizado sus condiciones y sus límites. Lo que más sobresale de este libro es la correspondencia existente entre vida y literatura ya que estos dos tópicos se atraen, se complementan, se rechazan, pero en definitiva, dicha correspondencia, es lo que va conformando un entramado que conlleva a una reflexión profunda sobre la naturaleza de la literatura. Dice Renzi: "La literatura es experiencia”, y esto porque, para Piglia, no solo en sus diarios sino en el resto de su obra, nunca se podría:  "escribir un relato que no tenga en el fondo una experiencia propia”.

Animada por la convicción de que todos tenemos un diario personal, comparto a continuación aquellos fragmentos del libro que nutren esta idea: 



"Si recuerdo las circunstancias en las que estaba con un libro, eso es para mí la prueba de que fue decisivo. No necesariamente son los mejores ni los que me han influido: pero son los que han dejado una marca. Voy a seguir ese criterio mnemotécnico, como si no tuviera más que esas imágenes para reconstruir mi experiencia. Un libro en el recuerdo tiene una cualidad íntima, sólo si me veo a mí mismo leyendo. Estoy afuera, distanciado, y me veo como si fuera otro (más joven siempre). Por eso, quizá pienso ahora, aquella imagen —hacer como que leo un libro en el umbral de la casa de mi infancia— es la primera de una serie y voy a empezar ahí mi autobiografía". 

"La obsesión se construye, dice mi padre, he visto construirse obsesiones como castillos de arena, sólo se necesita un acontecimiento que nos altere drásticamente la vida. Un acontecimiento o una persona, dice mi padre, de los que no podamos discernir si nos ha cambiado la vida para bien o para mal. La estructura de una paradoja, dice Steve, un acontecimiento doble o vacilante en su ser. Nos marca, pero es moralmente ambiguo. La gente se mueve hacia el futuro, dice mi padre, descentrada, sin orientación, fuera del camino en el que se movió en el pasado. Una amputación, dice mi padre, del sentido de la orientación. La obsesión nos hace perder el sentido del tiempo, uno confunde el pasado con el remordimiento".

La cárcel es una fábrica de relatos, dice mi padre. Todos cuentan, una y otra vez, las mismas historias. Lo que han hecho antes, pero sobre todo lo que van a hacer. Se escuchan unos a otros, compasivamente. Lo que importa es narrar, no importa si la historia es imposible o si nadie la cree”.

“Está clara la razón por la que he vuelto a escribir en estos cuadernos, en febrero, cuando la vi. De esos hechos podríamos extraer una poética. Para escribir es preciso no sentirse acomodado en el mundo, es un escudo para afrontar la vida (y hablar de eso)”.

“Mantiene su biblioteca en la casa de la hermana para asegurarse de que no la perderá si en algún momento llega a casarse, como dice, y luego tiene que dividir los bienes al divorciarse”.

“Lo mejor es trabajar las ideas: cuando escribo me dejo llevar y siempre sale otra cosa. Yo tendría que pasarme la vida pensando. Mejor, yo tendría que tener la facultad mágica de que cuando pienso algo, se escriba solo”. 

"Pero, como siempre ha pasado en mi vida, lo que verdaderamente me convenció fueron los libros”.

“La literatura es experiencia y no conocimiento del mundo”.

“Yo conozco la selva en la que vivo pero insisto en actuar como si estuviera en un parque de diversiones”.

"A veces quisiera volver a ciertas épocas de mi vida y vivirlas con la conciencia que tengo ahora. Por ejemplo, empezar de nuevo la historia en 1956. Es una rara ilusión porque no sería nada si no fuera por el modo en que viví aquellos tiempos; esa superstición es un efecto de la literatura".

“Trato dificultosamente de «hacerme a la idea» de que Inés no existe más y se va alejando de mí como si retrocediera en el tiempo hasta convertirse en una desconocida. Pasarán días y días, experiencias diversas que la convertirán en otra persona distinta de la que yo he querido". 

“Hay que saber entre líneas para encontrar el camino”.

“Para olvidar las necesidades hay que aprender a vivir en el presente”.

“Con respecto a la relación entre vida y literatura, hay que ver de qué lado pone uno el signo positivo: ver la literatura desde la vida es considerarla un mundo cerrado y sin aire; en cambio, ver la vida desde la literatura permite percibir el caos de la experiencia y la carencia de una forma y de un sentido que permita soportar la vida”.

“Solo un alma grande se atreve a tener un estilo simple”.


“El primer libro es el único que importa, tiene la forma de un rito de iniciación, un pasaje, un cruce de un lado al otro. La importancia del asunto es meramente privada pero nunca se puede olvidar, estoy seguro, la emoción de ver por primera vez un libro impreso con lo que uno ha escrito. Después, hay que tratar de no convertirse en un escritor”.

“La idea es que la autobiografía es una forma que todos en algún momento practicamos, deliberadamente o no. No podemos vivir si de vez en cuando no nos detenemos a hacer un resumen narrativo y tangencial de nuestra vida. Localizar esos momentos, cuando están escritos, va a ser el concepto de esta antología. Sorprender a los protagonistas en el momento en que se refieren a sí mismos". 

“Eso es narrar, dijo después, tirarse al vacío y confiar en que algún lector lo sostendrá en el aire”.

 

 



EL INFINITO EN UN JUNCO

A mediados de febrero de este año, terminé la lectura del libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo, publicado por la editorial española Siruela en 2019. Este ensayo de 449 páginas reconstruye, como el subtítulo lo indica, la génesis de este invento tan poderoso, y que, a nosotros, lectores del siglo XXI, nos parece tan natural: el libro. Este ensayo histórico que se alimenta de la narrativa para tejer la urdimbre que lo sustenta, no solamente nos habla de esa invención, sino que, y esto es lo más valioso, entabla un diálogo entre el pasado y el presente, entre los héroes, filósofos, políticos y demás personajes que poblaron el mundo antiguo, con el lector moderno. También aborda el hecho de que cada vez, y a pesar de la tecnología y del apocalíptico pensamiento del fin del libro, está más vigente la lectura y el libro como estandarte de la cultura. No quiere decir que la comunidad de lectores haya aumentado, más bien, quiere decir que, a pesar de ello, prevalece aún esta singular comunidad. Y eso se sustenta porque aun las viejas historias, los relatos fundacionales y los clásicos, si bien bajo otros aspectos,  están presentes en nuestra vida moderna. Más que un ensayo, El infinito en un junco es una declaración de amor hacia los libros y hacia el conocimiento. 

Como ya es costumbre,  transcribo esos fragmentos que reclamaron más mi atención lectora y los comparto para promover su lectura: 


“El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor”

“Pensé en las fantásticas maldiciones lanzadas a lo largo de la historia contra los ladrones de libros, textos oscuramente imaginativos que me atraen de forma inexplicable, quizá porque idear una buena maldición no está al alcance de cualquiera. Una antología todavía por escribir debería empezar por las amenazadoras palabras inscritas en la biblioteca del monasterio de San Pedro de las Puellas de Barcelona, que encuentro citadas en Una historia de la lectura, de Alberto Manguel: «Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe en la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre”.

 

“A mí me sorprende y me fascina que la cultura popular no lo abandone como un fósil de otros tiempos. En los lugares más inesperados, me he tropezado con incondicionales de Alejandro capaces de dibujar sobre una servilleta un croquis rápido de los movimientos de tropas de sus grandes batallas. La música de su nombre sigue sonando. Caetano Veloso le dedica «Alexandre» en su disco Livro, mientras que los británicos Iron Maiden titularon «Alexander the Great» uno de sus temas más legendarios. El fervor por esta pieza de heavy metal es casi sagrado: la banda de Leyton nunca la interpreta en vivo, y entre los fans circula el rumor de que solo sonará en su último concierto. En casi todo el mundo, la gente sigue llamando a sus hijos Alejandro —o Sikander, que es la versión árabe del nombre—, en memoria del guerrero. Cada año se imprime su efigie en millones de productos que el auténtico Alejandro ni siquiera sabría usar, como camisetas, corbatas, fundas de móvil o videojuegos”.

“Los libros ocultan historias increíbles de supervivencia; en raras ocasiones —los incendios de Mesopotamia y Micenas, los vertederos de Egipto, la erupción del Vesubio—, las fuerzas destructivas los han salvado”.

“Es una gran paradoja: provenimos de un mundo perdido al que solo podemos asomarnos cuando desaparece. Nuestra imagen de la oralidad procede de los libros. Conocemos las palabras aladas a través de su contrario, las palabras inmóviles de la escritura. Una vez transcritas, esas narraciones perdieron para siempre su fluidez, su elasticidad, la libertad de improvisación y, en muchos casos, su lenguaje característico. Salvar aquella herencia exigió herirla de muerte”.

“Qué antiguo puede llegar a ser el futuro”.

“He crecido, pero sigo manteniendo una relación muy narcisista con los libros. Cuando un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la seguridad —íntima, solitaria— de que su autor ha cambiado mi vida, vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la lectora a quien ese libro andaba buscando”.

“La gran ironía de todo este asunto es que Platón explicó el menosprecio del maestro por los libros en un libro, conservando así sus críticas contra la escritura para nosotros, sus lectores futuros”.

“Durante la Antigüedad, cuando todavía perduraban destellos de la cultura oral, cuando había menos libros y se releían más, no era extraño que los lectores aprendieran obras enteras de memoria. Sabemos que los rapsodas recitaban en varias sesiones los quince mil versos de la Ilíada y los doce mil de la Odisea”.

“Un médico romano del siglo II, llamado Antilo, llegó más lejos, afirmando incluso que memorizar libros era bueno para la salud. Sostenía una divertida y extravagante teoría al respecto. Quienes nunca han hecho el esfuerzo de memorizar un relato, unos versos, un diálogo —decía— tienen mayores dificultades para eliminar de su cuerpo ciertos fluidos perjudiciales. En cambio, los que pueden recitar largos textos de memoria expulsan sin problemas esas sustancias dañinas mediante la respiración”.

 

“Ya desde tiempos de Marcial, los libreros ejercen un oficio de riesgo. El poeta pudo presenciar en Roma la ejecución de Hermógenes de Tarso, un historiador que molestó al emperadorDomiciano con ciertas alusiones contenidas en su obra. Para mayor escarmiento, sufrieron también pena de muerte los copistas y libreros que pusieron en circulación el volumen maldito. Suetonio explicó la condena de estos últimos con unas palabras que no necesitan traducción: librariis cruci fixis”.

“[L]os clásicos son libros que, cuanto más creemos conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad. Nunca terminan de decir lo que tienen que decir. Naturalmente, esto ocurre cuando emocionan y alumbran a quien los lee. No han sido los lectores coaccionados quienes han protegido esos textos como talismanes en las largas épocas de peligro, sino los enamorados”.

En este último fragmento Vallejo cita a Hannah Arendt: “El pasado no lleva hacia atrás sino que impulsa hacia delante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el pasado”.







LA CÁRCEL


Hace unos días, releí en una noche, la obra póstuma de Jesús Zarate Moreno: La cárcel. Esta obra fue galardona con el premio planeta en 1972. Es una novela escrita en forma de diario (o un diario novelado), divido en tres partes de marcada influencia Kafkiana, a saber: La rata, El garrote y El proceso. Cada día registrado va acompañado de un epígrafe, que lejos de ser una pose erudita, cumple una función dentro de la trama del relato. Frases como: “Esta es la definición de la ley, algo que puede ser violado” tomada de Chesterton, o mejor aún: “Ser libre no es querer hacer lo que se quiere, sino querer hacer lo que se puede” de Sartre,  van en correspondencia directa con los temas fundamentales que desvelan a Antón Castán, protagonista y escritor de la historia (dentro de la historia).  La justicia, la inocencia, la ley, la tragedia, el crimen, la muerte, el amor, pero más importante que los anteriores: la libertad y la cárcel, son materia de vida, alimento para sobrellevar el tiempo en prisión.   

Transcribo los subrayados que mejor vienen a consolidar la lectura de este relato:


“La cárcel me ha despojado de todo, menos de una convicción que sobrevive aún en el seno de mi conciencia, y es que todavía puedo parecerme a un hombre libre”. 

“La rata es un animal acorralado. La rata es como yo. En la zoología social mi solidaridad con ella proviene que la rata es también un ser perseguido. Tenemos un vínculo recóndito. Somos de la raza de lo que huyen, del grupo de los que caen en trampas, de la especie de los cazados de la familia de los que no deben vivir". 

“Lo grave de la cárcel no es que esclavice nuestro cuerpo, sino que nos aplaste con la mole momificadora del sueño forzado, que es el que más se parece al sueño eterno”. 

“Mister Alba divide el mundo en dos partes: lo que pertenece a la cárcel y lo que está fuera de ella”". 

“Los presos son hombres que callan. La cárcel son piedras que gritan”. 

“Buscar justicia en el código penal es como buscar humanidad en una lista telefónica”

“La libertad es la cárcel”

“Solo leo libros de presos”

“La cárcel es el único refugio que le queda a la filosofía, porque es la única torre de marfil que le queda al mundo”

“Para olvidar este mal olor de los vivos esta noche tendré que silbarle a los muertos". 

“En la cárcel lo cómico vive pisándole los talones a lo trágico”. 

“La ley es para los hombres libres". 

“Los indiferentes caminan abrumados, un poco como aquí dentro caminan los presos. Lo que me duele de ellos es que caminen por las calles sin gozar de su libertad, casi sin darse cuenta de que son libres”

"La ciudad rodea la cárcel, como si se nutriera de ella, y a la vez como si tuviera miedo de ella"

“La cárcel es la prueba de la libertad. Soy libre, luego puedo estar prisionero”.

“-¿Cómo va a provechar la libertad? ¿Qué va a hacer?
 -  Pienso sentarme a la orilla de un camino solitario, y sentirme libre, y mirar el cielo, y sonreír. Eso es       todo lo que pienso hacer”. 

 “La cárcel es la mitad del camino entre la libertad y el manicomio”.







martes, 5 de enero de 2021

Autobiografía

Dieciséis

 

“¿Por qué dieciséis lleva tilde en la e?”, recuerdo muy bien que nos preguntó, lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Quien formulaba la pregunta era un hombre de más de cincuenta años, de contextura media, barba entrecana, calvo, de tez blanca, de manos limpias. Su pedagogía era la de la intimidación, no sé si la ejercía a propósito, pero su efecto era inmediato. Ante su presencia, las clases se inundaban de un silencio de muerte. Parpadear y respirar fue nuestro oficio. Era el profesor cuchilla, como se  suele llamar en el ámbito universitario,  a este docente que no perdona, que raja sin piedad.  Alguien me dijo, a modo de oráculo: “de su grupo solo pasan dos o tres”. Rápido entendí que no se trataba de un destino, no. Eran matemáticas constantes y sonantes. Pero en esta ocasión, que intenta ser las veces de una pequeña ceremonia de bienvenida, lo llamaremos el profesor X, y ahí lo dejaremos, porque esta corta narración no se trata de él.  

A finales del mes de octubre de 2009 ingresé a la UIS, lo que me convertía inmediatamente en primípara. Palabra que deja de ser ofensiva no bien se pasa a segundo semestre y uno puede usarla sin pena ni gloria para referirse a los que vienen ingresando. Pero, pregunto: ¿acaso existía una mejor palabra para definir a esa joven de casi 19 años, que, no se sabe cómo, ingresó a la educación superior en Colombia, pero quedó muda cuando le preguntaron por qué dieciséis lleva tilde en la e? Uno seguía comportándose como en el colegio, es decir, entendía que las asignaturas eran espacios donde se asistía a clase y se presentaban parciales y punto. ¿Reflexión? ¿Debate? ¿Participación? ¿Crítica? Sí, ese era el proceso que debía emprender, una especie de letra chiquita del contrato. Palabras que escuchaba en clase. Conceptos que parecían sencillos, pero que implicaban una enorme complejidad. Hasta aquí, un poco turbio el asunto. 



                           Panorámica de la UIS desde el cuarto piso de ciencias humanas. 

* * *

Licenciatura en español y Literatura, carrera de la cual soy egresada, fue percibida en mis primeros años como un animal de tres cabezas.  Una cosa extraña y, en algunas ocasiones, irritable. Por un lado, estaba la línea de la literatura, por la cual sentí inclinación de principio a fin (más hacia el final, cabe aclarar). Por otro lado, teníamos la lingüística y la pedagogía, dos venerables ciencias a las cuales yo respetaba por encima de todas las cosas, pero las entendía como entiendo a Dios. Quizá parezca un contrasentido, una ironía, o hasta cinismo, que una docente encargada de una asignatura titulada Taller de lenguaje, se refiera en estos términos a su propia labor. Sin embargo, de lo que aquí se trata, no obstante, es de transferirles, a ustedes lectores-estudiantes de primer año, aquellas impresiones que aún prevalecen en mi memoria. Me gustaría evocar junto a ustedes los recuerdos y las emociones que causaron en mí, dos de las primeras lecturas  que ya pertenecen a una época lejana, pero que  fueron abonando el camino para llegar hasta aquí. Porque la lectura, tal como como la concibo ahora,  no se descubre en cuatro meses, que es lo que dura un semestre. Por el contrario, leer es un proceso, una búsqueda, un ir y venir, un camino para descubrir ese espacio de reflexión interior, y, por qué no, de creación. Leer es, además, requisito para escribir. Es un hábito que no debería estar condicionado a  la exigencia institucional. Se trata de crear una relación con los libros, un vínculo que cada vez se haga más apremiante y necesario  para el estudiante. Necesario como alimentarse.


                          Lago de las babillas, UIS. 

Una de las primeras lecturas que recuerdo fue Educación y democracia: un campo de combate de Estanislao Zuleta. Vi el libro, aun lo recuerdo: encuadernación verde, tapa dura. Lo tomé de uno de los escritorios del cuarto piso que corresponde a  humanidades.  Casi como al azar lo abrí, lo olí.  Sí, puede sonar a cliché, pero me gusta el olor a libro viejo, a libro guardado. Por supuesto, ni el título ni el autor me decían nada. Empecé a leerlo en silencio y con la ingenuidad característica del momento. No sé qué aprendí, no puedo decir ahora que fue de gran influencia o que me cambió de pronto, lo que sí puedo decir es que lo leí de un solo tirón. Puedo decir que sentada, espalda contra los estantes de la sección de historia, la última y más sola del recinto, donde también dormía de vez en cuando, me devoré sus casi doscientas páginas sin moverme. Recuerdo, cómo olvidarlo, que sentí acceder a un mundo y a un saber que me estaba reservado, como si ese libro hubiese estado esperando por mí desde mis estudios primarios, y era porque ese libro le estaba hablando directamente a mis sentidos. Me estaba diciendo, en un lenguaje secreto, que el viaje que había hecho desde otra ciudad hasta el lugar donde me encontraba, no había sido en vano. Por supuesto, aunque inexperta, mi instinto lo recibió y lo valoró. Tiempo después tuve noticia de que Zuleta, en efecto, hizo un gran aporte a la filosofía, pero también a la educación. Que fue, además, discípulo de otro filósofo colombiano: Fernando González Ochoa. Que fue un excelente conferencista y apasionado lector de Chejov, Tolstoi, Kafka, Thomas Mann, entre otros autores, a quienes también descubriría más adelante por ese mismo camino de libros viejos y de pasillos solitarios. 

 

                             Cuarto piso de la biblioteca UIS. 

Hubo otro espacio de lectura en esos primeros años: El mirador. Allá me senté, debajo de los árboles de guayaba, una tarde no del todo perdida en el tiempo,  a leer en voz alta, me acuerdo, Viaje a pie de Fernando González. El trámite por el cual terminó en mis manos no logro recordarlo por más que revuelvo en los cajones de mi memoria. Lo que sí recuerdo fue esa misma curiosidad y esa activación de mis sentidos. La intuición me decía que algo estaba pasando, no sabía muy bien qué ni a dónde me iba a llevar, pero algo estaba pasando. Recuerdo haber pensado que el lenguaje era anticuado, un poco confuso para mi estatus de iniciada, pero algo me atrajo y empecé a hacerme preguntas ¿Por qué este señor se había ido a caminar y a reflexionar? ¿A reflexionar en Colombia? ¿Cómo dejaba su vida, cualquiera que fuera, y que yo desconocía, para irse a deambular sin rumbo fijo? Recuerdo haber pensado que no se trataba de un colombiano, sino de un extranjero, seguramente un español. Eso pensé en ese momento. Yo estaba practicando, sin ser consciente de ello, aquel Complejo de hijueputa, es decir, esa tendencia del  colombiano a valorar lo ajeno en detrimento de lo propio, como lo explica González en Los negroides. La lección iba ser dura, los maestros exigentes. Eso intuía. 

 

                                            El mirador, UIS. 


Estas dos lecturas, una en el silencio sagrado de la biblioteca, la otra en voz alta rodeada de árboles y de pájaros, me ubican en un tiempo y un espacio, me ayudan a recuperar dos días, una milimétrica parte de mi vida que de no ser por esos dos libros se hubiesen perdido para siempre. El acto de leer, pero sobre todo el placer de esa lectura, es lo que hace las veces de diario, de registro personal. Las fechas son los títulos de los libros; las horas, algunas ideas que nunca me abandonaron. En Viaje a pie, por ejemplo, Fernando González dice que cada conocimiento que se posee es una nueva forma para entender el mundo, que el ignorante solo se cansa y se queja porque todo lo ve lejano y remoto. No quiere decir que el que lee no se canse ni se aburra y que entienda el mundo, para nada, creo más bien que la lectura es un escudo, que como diría Cesare Pavese, nos defiende contra las adversidades de la vida. Nos ayuda a  comprender, o al menos a intentarlo. 

Mientras pongo punto y aparte, pienso que mi primer acercamiento a la lectura, en armonía con lo que vengo contando, no fue entonces con la literatura propiamente (como lo certifica mi cartón profesional), sino con la filosofía. Es decir, con el amor por el conocimiento. Pero ese amor despertó tarde. No había acabado de acomodarme en el pupitre, de conocer las facultades, de encontrar los salones sin perderme, cuando empecé a sospechar lo siguiente: ¿y qué fue del bachillerato? ¿Qué pasó con esos once años de educación primaria y secundaria? A dónde se habían ido cuando el profesor X preguntó con picardía, sabiendo de antemano que nadie sabía la respuesta: "¿Por qué dieciséis lleva tilde en la e?"

 

                           





                          Plaza del Che. UIS.